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miércoles, 20 de abril de 2011

Viejas Leyendas

Voy a dejar constancia de una de las leyendas que me solían contar en mi infancia:


martes, 12 de abril de 2011

Sueños


No sé qué me depara este infierno verde. Pero no es ni la mitad de terrible, por sus habitantes, que otros que conocí. Conocí. Sí. Pasado.
Hace tiempo, curiosamente, que no me acosan las antiguas pesadillas. Bueno, nunca fueron pesadillas exactamente: esas escenas de guerras, masacres y fuegos de campamento son recuerdos. Quizás volverían loco a un hombre cuerdo o que tuviera una fuerte percepción del Bien y del Mal. Pero hace tiempo que esa frontera se volvió difusa para mí.
Y como decía, ese extraño mundo, el de los sueños, que conmigo siempre había sido grotesco y burlón, parece haberse alejado de mi estela. De la estela de mis recuerdos, negros, de la noche y las bocachas de las armas; rojos, como la sangre; anaranjados como el fuego.
Ahora duermo, como si fuera un niño. ¿Por qué? ¿Acaso los Niños Perdidos limpiaron mi mente, con sus miradas duras, secas, pero con una cierta inocencia?
Se portaban como soldados. Sí. He conocido a otros niños soldados. En Liberia o en Sierra Leona. Pero estos, los Perdidos carecen de algo que los otros sí tenían (por culpa de los hijos de puta que los entrenaban, todo sea dicho): de maldad. Tienen armas, están dispuestos a usarlas. Son duros y fieros, terriblemente independientes, y Wendy la que más. Pero no tienen maldad. Se limitan a decir las cosas como son, a sobrevivir. Eso es lo que fallaba en El Señor de las Moscas, que aquellos niños intentaron reproducir la civilización de los adultos, maldad incluída.
La cuestión es que, me depare lo que me depare el futuro, sombrío y verde, lo prefiero mil veces... lo prefiero mil veces a volver al Exterior. A ese mundo cabrón y siniestro que sé que aguarda ahí fuera, agazapado como un tigre checheno, o un puto y apestoso chetnik. Da igual.
Ahora no me acosan los sueños. Y el terrible instinto de poner el cañón de una pistola bajo la barbilla y hacerle hablar me ha abandonado. Del todo.

jueves, 31 de marzo de 2011

Chamán

Ya casi no recuerdo el sitio. Era otra guerra. Como cualquiera de las treinta y seis que siempre hay en danza. Dicen que cuando has estado en una pueden pasar dos cosas: o adoras la sensación de peligro, muerte, adrenalina, sangre y metal zumbando, o lo odias y no quieres volver. Yo soy un yonki de lo primero tratándose de desenganchar, creo.
La cuestión es que una vez me topé con un hombre. Yo lo llamo, en mis recuerdos, Chamán, porque no sé si lo era, o era un cura, un mullah, un rabino, pope o un proxeneta. La cuestión es que fue una noche fría, de esas en la que te sientas entre los escombros de una ciudad en ruinas, entre tres paredes y media, rezando para que en la próxima sacudida de mortero no se te caiga encima un trozo de muro, mientras duermes, meas o cagas, donde el hombre me miró a los ojos.
Ese tonto hecho, el de mirar a los ojos, es algo que no suelen hacer mucho los civiles en los lugares de conflicto. Yo creo que porque temen leer tus ojos y ver lo que has visto, lo que has hecho, lo que has sentido, matado, follado o mutilado. No todos somos iguales, hay monstruos, guerreros, iluminados de su causa, y mercenarios, como yo, que tratamos de cumplir el trabajo acordado (no implica quedarse durante todo el conflicto normalmente), y salir de allí lo antes posible en busca de otro conflicto en el que meter los hocicos. Me desvío del tema.



La cuestión es que ese hombre, el Chamán, me miró. Y sonrió, el muy cabrón. Y en vez de sacar mi SOCOM Mark 23, lo miré muy fijamente mientras su boca desdentada se abría. Le pregunté de qué se reía.
Él decía que encontraba mi destino muy gracioso. El muy cabrón. Decía que el águila de plumas sangrientas se iba a mojar el plumaje, que se me iba a estropear con la humedad. Pensé que chocheaba. Le di un trago a una botella de Rakis casera, fuerte como su puta madre.
Luego, el viejo de los cojones, me dijo que sólo encontraría mi destino cuando dejara de buscarlo entre las guerras y los desperdicios; que así parecía un perro vagabundo, un buitre. Que debía volar y no buscar nada y mi destino me encontraría.
Me cago en el barbas tuerto. Aquí estoy, en la maldita Isla de las narices, caído de un avión, con varios disparos y un montón de enigmas y preguntas por delante y por detrás.

Puto destino. Maltidas Nornas y su retorcido sentido del humor.

Hay que joderse.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Sosiego & Calma en la Isla

Me está pasando algo extraño en esta Isla. Es algo que me tiene perplejo a la vez que... consigue... calmarme. Calma los gritos.
He hecho muchas cosas malas, no soy un buen hombre.
Desde lo de Chechenia y Sierra Leona me invade una desazón extraña cuando tengo períodos de inactividad de... trabajo. Creí que una temporada en las montañas me calmaría, y así fue. El año pasado estuve todo el verano en la profundidad de las montañas, en una cabaña vieja pero acogedora. Pero finalmente el teléfono sonó.
No podía dejarlo, creía yo,... ¿se estaría convirtiendo en una addicción? Entrenar gente, prepararlos para la guerra, darle los conocimientos suficientes para apreder a matarse. Me pagaban por ello, pero el sueldo era lo de menos. No sé qué me animaba, pero esa especie de "ansia", ha desaparecido desde que estoy aquí.

Ya no escucho la canción de Hel desde que estoy en la Isla. Sí, han habido conflictos aquí, pero la canción de la sangre, las voces de los muertos que la seguían, no está. Se han aplacado. Y ha sido de las pocas veces, desde que entré en las Fuerzas Especiales, que he podido dormir a pierna suelta. Me siento... extrañamente en paz.
Los misterios de la Isla me intrigan, sí, pero siento que aquí, pese a sus muchos peligros, a lo que nos depare la insensatez de algunos y la apatía de otros, puedo estar sin que atormenten los sueños de muerte y las canciones de los cadáveres. Ni las pesadillas.
Creo que, pese a que eche de menos enormemente mi Noruega natal... podría asentarme aquí. Sería mejor que malvivir con lo que me pasaba fuera de la Isla.

Ahora hay silencio en mi. Sosiego y calma.

viernes, 11 de marzo de 2011

Moraleja: no le des de beber a un vikingo cuando ha ido a la guerra.


Mierda.

Me he pasado con el alcohol. Puto Rakji. Era del fuerte. Yo y mi coleto de metal, venga beber y beber.
Un sargento sabio me dijo que el alcohol despierta a los fantasmas. Que en las noches putas de campamento los recuerdos de un guerrero, no importa cuán justa fuera su causa, bailan en las llamas de la hoguera, ante tus pupilas. Hechos infaustos que te acompañarán hasta la tumba. Y puede que más allá. Me pregunto si en el banquete de Vallhalla ocurre eso. Que haya un momento en que todos esos guerreros curtidos vean lo que han hecho en realidad: regar la tierra con sangre, hasta que un día la escupa toda y verás la que nos caerá encima.

Recuerdo la vieja canción serbia que cantaba una de las mujeres de un chetnik. Estaba teñida de melancolía. No sé que decía, pero la puta canción me sigue en sueños, me sigue, como la sangre que nadie ve en mis manos. Nadie, salvo yo...

No siento orgullo. Ni demasiado pesar, todo sea dicho. Eso es lo que a veces, me da miedo. Por eso no tengo tanto interés en salir de la isla. Porque yo tengo mi propia visión. Y creo que esto es uno de tantos infiernos, y que puede que estemos muertos. Me da igual. Sobreviviré, si hace falta, a mi propia muerte. Más allá de esto, me espera Valhalla, porque soy un guerrero. Porque he dejado muertos y viudas, huérfanos y lagos de sangre tras de mi. Lo sabía cuando me alejaba de Sierra Leona, tras entrenar a sus fuerzas. O de Georgia. Hogueras de hombres que cantaban tras de mi. Cantaban a su muerte, pero no lo sabían.
Como Scath, los entrenaba y me limpiaba las manos, apartándome de toda responsabilidad.
Pero descubrí hace un tiempo que el dinero no borra la sangre.
Sé que estoy muerto. Que esto es un infierno verde. Que morirán más, y yo lo veré. Condenado a mostrar la muerte, a querer morir y no conseguirlo.
Resulta que soy un sacerdote de la Muerte y yo no lo sabía.
Cosas que pasan.
Puto Rakjia.
Me voy a dormir. Paso de esta mierda. Ya saludaré a los muertos en sueños. Son los únicos que me acompañan. Y ríen.

jueves, 10 de marzo de 2011

Niños perdidos, perdidos como niños.

Si algo aprendí de los Niños Perdidos, fue la adaptabilidad extrema del ser humano.
Durante los años en el ejército me enseñaron a no morir. Después, a matar. Y por último, que les importaba una mierda. El pasado es oscuro, en las aguas estancadas del odio y la incomprensión. O eso dicen. Me abrí camino por la vida enseñando a otros a matar. Por el motivo que fuera, eso me daba igual. "Sólo creo en mi paga" dice el viejo adagio de los mercenarios romanos. No soy un buen hombre. Sólo soy un hombre. Un nordsmann.
Y por encima de eso, por encima de las pinceladas que la Muerte ha dado a lo largo de toda mi vida, coqueteando conmigo, acariciándome y besándome los labios como una amante inconstante, los recuerdos. Recuerdos de mar y cuentos al amor de una estufa de madera de deriva. La voz áspera de mi abuelo materno, contándome historias mientras reparábamos las redes, preparábamos anzuelos. Enseñanzas encubiertas con cuentos, cómo cambia la marea, cuanto tiempo tienes según el mar, la región y los dioses viejos y quisquillosos.
Las lecciones de mi otro abuelo, agazapados en los montes de Trondheim, bajo una lluvia suave, acechando con nuestras viejas carabinas a un esquivo ciervo. Olía a tabaco de mascar y a frambuesas y arándanos frescos.

Los Niños Perdidos. Sobreviven. Son fieros e independientes. ¿Cuánta parte del ser humano es así de verdad, antes de la pátina de "civilización"? Seguro que sobreviven más y mejor que nosotros. No llevamos ni un mes y ya hay rencillas internas.

Dicen que todo hombres es inocente hasta que se demuestre lo contrario, así tenga las manos llenas de sangre. Da igual. Forræderen dø før eller senere. og jeg skal være der å se El traidor morirá antes o después, y yo estaré allí para verlo.

Estamos todos perdidos. Como niños en un parque demasiado grande, desnudos de las inhibiciones de la civilización, que desaparecen a pasos agigantados, más rápido de lo que la gente cree.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Cuadernos, lluvia y restos humanos

Acabo de encontrar unos cuadernillos, y, en mi natal noruego, escribo
mis impresiones sobre La Isla esta en la que me encuentro. Ya hablaré de todo, ya contaré lo que sé y lo que no. Pero por ahora, dejo constancia escrita de que necesito una ducha, de que un comatoso está empezando a liarla parda otra vez, y de que entre tantos enigmas de esta isla maldita, de sus niños perdidos, los hombres de negro que hablan en su jerga rara, topos, espías, tecnología y aviones estrellados, me están tocando las narices. Y no conviene cabrear a un vikingo, a fé mía que no.
Pero bueno. Demos un compás de espera.
Mis heridas se cierran, el dolor se atenúa, y espero que no me queden secuelas.
Hay cosas urgentes en las que trabajar y acaban de llegar más refugiados en esta mañana lluviosa.
Mi nombre es Harald Tamersson, soy un ex-militar noruego, asesor de seguridad, o sea, en sucio, entreno mercenarios. Lo que, a ojos de muchos, me convierte en un engendro sin moral que sólo se preocupa de la paga. Bueno, me da igual lo que piensen. Es mi trabajo y se me da bien. Y mis ancestros lo practicaron desde Bizancio en la Guardia Varega. Aunque nadie parece sospecharlo en la Isla, ni siquiera lo han preguntado. Mejor. Por ahora. Ya veremos.
TAmer Fuera.